CUENTO

Publicado el 15 de noviembre de 2020

Una Nota Más

Gabriel Omar Aguirre Aguirre

Otra noche más fuera de casa. Estaba a dos canciones de volver a esos cutres escenarios improvisados con cajas de madera cubiertos con algún tipo de tela —para darle más “clase”—. Tomaba unos últimos sorbos a mi vaso de cerveza en la espera, junto con el bajo Jazz Fender azul y negro que me acompañó en varias tocadas desde que me lo gané en un sorteo de la academia musical en la que aprendí a tocar guitarra cuando tenía dieciséis años. Sí que pasamos buenos momentos con ese instrumento.

Una canción más y de vuelta al show.

Mi vaso estaba vacío. Mauricio, vocalista y guitarrista rítmico de mi temporal banda, me llamaba desde un costado del escenario. Tenía que alistar todo para no demorar tanto, porque de otra forma tendríamos a un público, además de alcoholizado, iracundo —un par de minutos sin música y ya se volvían locos—. Me levanté de la barra y me dirigí —en medio de empujones— con él.

—Sí sacaste la canción, ¿verdad? —me preguntó Mauricio cuando llegué a su encuentro, haciendo alusión a Un Día Sin Sexo de Mar de Copas. Pasé varios años tocando covers de esa canción hasta hastiarme, con lo cual me pareció un insulto aquella pregunta.

—Sí, descuida —respondí guardando toda mi frustración.

—Bien. Y revisa tu afinación por si acaso —otra vez me exasperó con su comentario, pero me lo guardé una vez más.

—Está bien.

Por atrás aparecieron los otros miembros: Javier, el baterista, y Rolando, el otro guitarrista.

—¡A ganarnos unos tragos, camaradas! —gritó Javier alzando sus manos, en las que tenía unas baquetas astilladas.

En eso, la banda que tocaba ya estaba terminando su turno, por lo que el “maestro de ceremonias”, quien estaba bañado en sudor y con un aliento a trago, preguntó si ya estábamos listos, a lo que Mauricio asintió. Saqué a mi viejo amigo de su estuche y me lo colgué.

Cuando la banda de turno finalizó y bajó del escenario, el hombre sudoroso subió para anunciarnos. Molicie se hacían llamar mis compañeros, un nombre sin gracia como como los de la mayoría de las bandas de esa noche. Casi de inmediato subimos, conectamos los instrumentos e hicimos una brevísima prueba de sonido. Todo estaba perfecto.

—HOLA, GENTE —vociferaba Mauricio, haciendo esa típica presentación que hacen todos los músicos que están a punto de tocar— ¿CÓMO ESTÁN ESTA NOCHE? SOMOS MOLICIE Y VAMOS A HACERLOS VIBRAR. Y UNO, Y DOS Y… —entonces sonó el famoso intro de En Esta Habitación y comenzamos.

Cover tras cover, el público gozaba…o eso creía. La verdad casi no podía ver mucho más que las personas que estaban en primera fila, ya que las luces de colores que nos iluminaban y parpadeaban constantemente me dificultaban la vista, pero desde la primera vez que toqué pensé que así era mejor. Yo solo cumplía mi papel de brindarles música y fingir que disfrutaba hacerlo, aunque por dentro estaba harto de seguir tocando esas canciones que aprendí a odiar.

Aplausos.

Ya estábamos a punto de terminar nuestro turno. Estaba empapado en sudor. ‹‹Hora de nuestro gran final›› nos dijo Mauricio mientras Rolando improvisaba un simple pero potente solo de guitarra que la gente aclamaba. De pronto, la guitarra hizo un ingenioso cambio de notas y comenzó a sonar una icónica canción del punk peruano: Demolición de Los Saicos. La gente empezó a empujarse los unos a los otros, iniciando así el catártico ritual del pogo. Debo admitir que fue un momento agradable.

Al terminar todo, los aplausos fueron estruendosos. Desconectamos los equipos y salimos, dando paso a los siguientes músicos.

—¡Eso estuvo genial! —exclamó Rolando previo a una risa de placer.

—Fue de puta madre —afirmó Mauricio. Volteó la mirada hacía mí—. Y gracias, nos salvaste esta noche, compadre.

—No hay de qué —dije mientras guardaba a mi amigo.

—¿Te quedas para escuchar las próximas bandas y tomarnos unas chelas?

—Gracias, pero creo que por hoy fue suficiente. Estoy cansado.

—Ya, chévere. Cuídate y gracias de nuevo.

No me molesté en responder de nuevo su agradecimiento. Agarré el estuche y me di media vuelta, dirigiéndome a la puerta de salida del bar dando empujones entre un mar de personas.

Afuera se podía escuchar vagamente a la nueva banda y se podía ver algunos individuos ebrios. Me puse los audífonos, y me fui alejando lentamente camino a casa a través de la soledad de las calles, siendo bañado por las luces anaranjadas de los faroles y siendo la música mi única acompañante.

Acceder

¿Olvidaste la contraseña?