CUENTO

Publicado 15 de agosto de 2020

Suicida

Rubén Rodolfo Montoya Cubas

Todo gato en la ciudad tiene mil vidas
tiene mil vidas y es la verdad.
Todo el mundo sabe bien que no hay salida
somos suicidas y es la verdad.

Suicida. Charly García

Javier tomaba la combi para irse a casa luego de una larga mañana que se la pasó buscando empleo en el centro de la ciudad, había visto cientos de anuncios que solicitaban mozos para restaurantes lujosos, chóferes de ambulancia, vigilante de alguna zona residencial, vendedor de historietas, repartidor de recibos de la compañía de luz, etc. Ninguno de esos empleos lo convencía, había pasado cinco años de su vida sirviendo de recepcionista en un hostal con una paga por debajo de la paga habitual, en donde fue testigo de numerosas infidelidades, reuniones de panderos clandestinos y numerosas peleas de pareja en las cuales debió intervenir penosamente. Cuando la policía descubrió que el local servía además como almacén de objetos robados por delincuentes del vecindario el hostal tuvo que cerrar y lo botaron a la calle, sin ningún tipo de beneficio. No tenía a quien recurrir porque lo habían amenazado con denunciarlo por haber “colaborado” con los ladrones y llegó esa misma noche a casa con algunas pertenencias que había llevado al trabajo, como un par de camisas, un chaleco y un pantalón de vestir gastado como el de un niño pobre en sexto de primaria. Al tocar la puerta lo recibió su padre, sorprendido de que llegase del trabajo tan temprano, luego de que Javier le contará lo sucedido, le preparó una taza de café y dos panes con mantequilla, se sentaron en la sala y se miraron uno al otro absortos, eran como dos desconocidos, durante los últimos cinco años no se veían casi, Jorge, su padre había trabajado en construcción durante 30 años y las mañanas las pasaba en casa descansando, encerrado en su cuarto, ocasionalmente salía a trabajar dando consejos a nuevos obreros, pero ya no usaba su fuerza bruta, solo supervisaba algunas actividades, por unos cuantos soles y un vaso de gaseosa. Cómo Javier trabajaba de 3pm hasta las 11pm y el tiempo sobrante dormía y comía algo apurado para salir a trabajar. Ellos no se veían, vivían en la casa conscientes de la presencia del otro, pero ausentes el uno para el otro. Javier terminó su café, resolvió el crucigrama de un diario que había dejado a medias días antes y se fue a dormir.

En el trayecto Javier miraba la ciudad, los edificios grises, los parques llenos de niños, los museos y las plazas llenas de gente. Recordaba su paso por la universidad, los tres años que pasó estudiando enfermería en contra de los comentarios de ciertos familiares que decían que había escogido una carrera para cabros. Le entusiasmaba la idea de ayudar al prójimo, poner inyectables, asistir a donantes de sangre, contar historias a los niños de pediatría para que puedan superar el estrés de estar hospitalizados. En la facultad era de los alumnos de término medio, pero se esmeraba siempre en conseguir los textos y los implementos que necesitaría en sus prácticas, hizo buenas amistades, conoció a Carla, con quien tendría un romance interesante, estudiaban juntos en la biblioteca, paseaban por el campus, frecuentaban conciertos, bares y hacían planes interminables de viajes, trabajo comunitario, labores hospitalarias. La conoció en la facultad cuando frecuentaron en una clase juntos, a Javier le impresionó su carisma, su facilidad de palabra y lo hermosa que era, les habían asignado realizar un trabajo juntos, que consistía en realizar un muestreo de los niños internados en la sección de pediatría del Hospital General, debían contabilizar la cantidad de infantes, sus dolencias, los ingresos y altas del área, además de las defunciones, un trabajo meramente burocrático. Javier pensó que solo necesitarían realizar sus averiguaciones en el área administrativa del hospital, pero Carla le sugirió subir al tercer piso, donde estaban los niños internados y conocerlos más de cerca, Javier no se opuso a la idea, pero pensó que sería mejor recoger primero los datos que necesitaban para luego visitar a los niños. En el área administrativa les dijeron que tenían que hacer unas solicitudes en la recepción para luego acceder a la documentación que requerían, luego de hacer las solicitudes el jefe de archivo les pidió que regresaran luego de tres días; ellos aceptaron y subieron para visitar a los niños; la sección de pediatría contaba con dos habitaciones grandes en donde estaban separados los niños de las niñas, en la habitación de los niños encontraron a dos pacientes con insuficiencia renal, otros con cardiopatías y tres niños con cáncer, Carla se acercó a uno de los niños y empezó a preguntarle acerca de cómo se sentía, empezó a jugar con él y le leyó un cuento de los que solía llevar en la cartera.

—¿Usted es la nueva doctora? —preguntó el niño, se encontraba alegre y divertido por la presencia y los juegos de Carla.

—No, solo soy estudiante de enfermería —respondió Carla—. Vine con mi compañero a hacer un pequeño trabajo y se me ocurrió que sería buena idea venir a verlos.

—Oh, entonces viene solo por hoy.

—Bueno, vendré también de aquí tres días, te prometo que te traeré un regalo.

—Es usted una doctora muy linda, las otras doctoras son viejas y feas —respondió el niño— nos tratan bien, pero a veces nos regañan, ninguna es tan buena como usted.

—Bueno, es que ellas tienen mucho trabajo aquí y a veces se aburren, pero tranquilo, yo sé que aquí los quieren mucho.

La visita prosiguió, Javier recordó la última vez que visitó el hospital, cuando niño su madre tuvo que ser internada de urgencia luego de haber contraído una extraña enfermedad en uno de los viajes que había hecho a uno de los pueblos del interior, ese recuerdo lo puso nostálgico y le pidió a Carla que fueran por unos helados a la calle, Carla accedió, pero se dio cuenta que algo andaba mal en Javier, al llegar a la calle Carla preguntó acerca de la incomodidad de Javier y él le contó lo de su madre, su internamiento por cinco meses, las dificultades que pasó con su padre y hermanas para costear el tratamiento, los esfuerzos que hizo para tener un desempeño aceptable en el colegio, además de ir a cuidar a su mamá. Carla le escuchó atentamente, nunca había oído una historia de alguien que había tenido alguna experiencia tan cercana con el hospital y se dispuso a consolar a Javier.

—¿Y ahora tu mami cómo está?

—Está muerta.

—Oh, lo siento.

—No te preocupes, no puedo decir que superé el hecho, pero ya lo había asimilado, solo que con la visita al hospital vinieron a mi mente esos malos tiempos y me puse mal, pero descuida.

Al llegar al paradero grada Javier se bajó de la combi, caminó la cuadra y media que separaba el paradero de su casa y llegó, abrió la puerta y encontró a Elena, su hermana mayor, ella solía venir a visitar a su padre de vez en cuando y de paso cocinaba algo.

—¿Qué tal? ¿Encontraste algún trabajo?

—No, no hay nada que entusiasmé, los horarios son complicados y la paga una miseria, compré un diario para buscar algo allí.

—Preocúpate por encontrar algo rápido, papá esta ya viejo y debes hacerte cargo de él.

—¿Y qué quieres que haga? Conseguiré algo y lo seguiré apoyando, aparte que él no quiere dejar de trabajar, ya le dije que descanse, que como podamos lo podemos tener bien, pero él insiste en seguir saliendo.

—¿Qué te pasa? Crees que él no tiene vida, que no desea ver a sus amigos, conversar, sentirse útil. Eres un egoísta Javier, solo piensas en ti —Elena empezó a subir la voz progresivamente— ya estoy harta. Deberías ser un poco más comprensivo y al menos hablar con papá.

—No me jodas. Sabes que, me largo, me largo hasta que te vayas, vienes a cocinar de vez en cuando y jodes, al menos dirías “Javier cómo estás”, “Javier comiste”, pero no, lo único que haces es fastidiarme y sacarme todo en cara—. Javier tomó sus cosas estaba a punto de salir—. Me largo.

—Mírenlo, así piensas solucionar todo, yéndote, al menos yo, vengo a ver cómo está la casa y a cocinar algo para ti y para papá. Aparte tengo otras obligaciones —Elena tenía dos hijos pequeños a los que tenía que ver y un trabajo de medio tiempo en una librería del centro—. Bueno, lárgate, pondré tu comida en un táper, comerás cuando vuelvas.

Javier escuchó las últimas palabras de su hermana y salió a la calle, fue a la tienda y compró una bolsita de papas fritas, luego pensó en dar un paseo, despejar la mente, hacer algo de ejercicio y dejar atrás el mal sabor de boca que le había ocasionado la discusión con su hermana. Atravesó la calle, pasó por la iglesia Señor del Buen Recaudo, fue por las florerías, los puestos de revistas y los restaurantes de comida sureña, donde las anfitrionas competían por atraer clientes haciendo uso de sus atributos, coqueteando con los caballeros y adulando a las damas. Cruzó al frente, donde estaban los salones de baile, que se abarrotaban en las noches y a donde solía ir en sus tiempos de universitario, metió la mano en los bolsillos de su casaca y sacó un porro a medio fumar, solía fumar de vez en cuando, sobre todo cuando pasaba por situaciones de stress, del otro bolsillo extrajo un paquete de fósforo, prendió el porro y empezó a darle pitadas al cigarrillo, lo hacía de forma despreocupada, ya que nunca había tenido problemas por el consumo de yerba. Luego de media hora de camino llegó a la casa de Gustavo Solís, un antiguo héroe de guerra nacional cuya casona había sido convertida en museo. Luego de saludar al guardia entró en la casa y se dispuso a realizar un recorrido por las diferentes habitaciones, el museo incluía salas temáticas que contaban la historia del país desde las primeras ocupaciones humanas, pasando por las primeras civilizaciones que surgieron dentro del territorio nacional, continuando con la colonia, la fundación de la nación, la República, las diferentes guerras con los países vecinos, en los dificultosos primeros años de las naciones jóvenes, hasta los acontecimientos más recientes como el terremoto que asoló la ciudad de El Triunfo, el ascenso al poder de Gabriel Martinez, actual presidente y los acontecimientos del 8 de setiembre. Aparte habían salones dedicados a la geografía del país, otros tres que daban a conocer la historia natural del continente y un último recientemente implementado de astronomía, con maquetas de las sondas enviadas al espacio por los llamados países de primer mundo, un salón dedicado al Sistema Solar y un pequeño parque al aire libre que ofrecía a los visitantes, previa reservación y pago, la experiencia de vivir en Marte, aunque en realidad era un espacio armado con arcilla que lo único que tenía de marciano era el color de la superficie, pero a los niños eso era lo que menos les interesaba y pedían ansiosamente a sus padres a que hagan las reservaciones para sentirse marcianos al menos una vez en su vida. Javier paseó por todas las salas, pero se detuvo en la de geografía que era su favorita, le gustaba comparar la tipografía y dimensiones de las diferentes regiones naturales, reconocer las diferencias en cuanto a la fauna y sabía de memoria los nombres de todos los ríos del país, conocía sus cuencas, afluentes y de algunos hasta su extensión. Cuando estaba en la universidad solía colarse a las clases de hidrografía en la facultad de Ciencias Geológicas, esto molestaba a Carla y hacía que descuidara ciertos cursos de su carrera, se hizo amigo de varios geólogos y logró que lo invitaran a algunos viajes de exploración, donde el invitaron marihuana por primera vez y esta se convirtió en su compañera inseparable, aún más que la efímera Carla. Una mañana en clases nos sorprendieron a todos con una visita sorpresa al hospital Alfredo Preciado, conocido por su área de emergencia a donde llegaban los casos más complicados de la ciudad y la región, el médico, profe Raúl, nos dijo que guardemos nuestras cosas y que nos alistemos para una visita al nosocomio, Javier estaba extrañado y algo ansioso, Carla trataba de calmarlo hablándole dulcemente y dándole algunos besos que a veces nos parecían tiernos hasta que nos cansaban y llegábamos a verlo exagerado y ridículo, quizás por el hecho de que la rutina de la carrera u otras causales hacían que la mayoría en la facultad no tenga una pareja estable y entre los varones eran comunes las visitas semanales a los burdeles de la zona. Llegamos al hospital a las 8am luego de media hora de viaje en combi, la actividad consistía en visitar la zona de emergencia, realizar algunas observaciones y conversar con el médico jefe del área, a esa hora el ambiente era tranquilo y por suerte no había pacientes con heridas expuestas u otras complicaciones difíciles de ver. A las 9am Pablo Quispe, jefe del área de emergencia nos daba una charla sobre el cuidado que debíamos proporcionar a las personas de tercera edad, tanto en situaciones de emergencia como de internamiento cuando oímos a lo lejos la sirena de emergencia y nos pusimos en alerta, rápido salieron varios paramédicos para atender al paciente o a los pacientes que venían, la ambulancia llegó y cuando abrieron la puerta del vehículo vimos una de las escenas más extrañas y terribles de las que se pueden ver en el área de emergencia, un tipo de aproximadamente 30 años de edad estaba partido por la mitad y solo podíamos ver el torso de su cuerpo, el piso de la ambulancia estaba empapada de sangre y los médicos que lo acompañaban luchaban absurdamente para mantenerlo con vida, empleando respiradores y controlando su presión arterial. El tipo parecía tratar de balbucear algunas palabras, entre las que pudimos entender palabras como “miwa” “waon” “mina”. Pablo Quispe trató de calmar la situación con eufemismos como: “bueno, aquí tienen un caso perdido”, “solo habrá que notificar el ingreso de un cuerpo a la morgue”, “lo trajeron pa la congeladora” y otras que dejaban al descubierto un macabro sentido del humor. Los asistentes de emergencia pusieron el cuerpo o lo que quedaba de este en una camilla, mientras esperaban que el desafortunado individuo termine su agonía. Diez minutos después de la llegada de la ambulancia llegó una camioneta azul, se bajaron tres hombres visiblemente afectados, conversaron con Pablo y por lo que pudimos escuchar el herido respondía al nombre de Héctor Gonzales, trabajaba en el área de extracción de la mina Cerro Verde, sufría de epilepsia, pero ya llevaba cinco años trabajando sin menores complicaciones, esa mañana se había olvidado de tomar sus medicamentos y le dio un ataque justo al borde de la riel por el que bajaban los vagones cargados de cobre, nadie se dio cuenta de lo sucedido hasta que escucharon un grito que retumbó en las paredes de la mina, cuando fueron a mirar vieron a Héctor partido en dos, el vagón lo había fileteado, varios de sus compañeros de trabajo lo subieron a otro vagón y lo trasladaron fuera de la mina, donde esperaba la ambulancia que tenían asignada a la mina en cuestión. Lo raro de todo fue la obstinación de los médicos por mantenerlo con vida, cuando pudieron esperar a que se desangrara y muriera en el lugar de los hechos en lugar de alargar su agonía en un viaje de una hora y media por una carretera mal asfaltada y otra media hora por la ciudad hasta llegar al hospital. Pasado el susto nos entretuvimos conversando sobre como tendríamos que prepararnos emocionalmente para ese tipo de situaciones , cuando alguien se dio cuenta de que Javier y Carla no estaban, no se les veía por ninguna parte y nadie recordaba haberlos visto cuando Pablo Quispe trató de calmarnos o cuando los mineros le contaron lo sucedido, no sabíamos dónde estaban y por qué habían desaparecido.

Javier no se sentía bien cuando anunciaron la visita al nosocomio, presentía que algo malo iba a pasar, trató vanamente de evadirse de la visita y le dijo a Carla que podía llevarla a comer helado, a pasear o a conversar un rato al parque, Carla lo besó y le dijo que se mantenga tranquilo, que nada malo iba a suceder y que pase lo que pase ella iba a permanecer a su lado, cuando subieron a la combi se sentaron uno junto al otro, él iba a la ventana y Carla al pasillo, Javier se mantuvo silencioso mirando por la ventana, mientras Carla leía un folleto sobre primeros auxilios, al bajarse de la combi Javier se esmeró por caminar lento, dudando como un niño en su primer día de escuela, Carla trataba de darle ánimo pellizcándole las mejillas y hablándole con cariño, llegaron al área de emergencia con cierto retraso y ambos escuchaban algo distraídos la charla de Pablo Quispe, a la llegada de la ambulancia y luego de ver el cuerpo mutilado de ese hombre, Javier palideció y arrastró a Carla a un espacio apartado detrás del edificio del hospital, al pie de un muro blanco se puso de cuclillas y hundió su rostro en sus manos sollozando, estaba aterrado. Carla no supo que decir y hacer y se mantuvo acompañándolo, pasaron quince minutos, Javier se le levantó y le dijo a Carla que ya estaba mejor, que iría a su casa, tomaría un baño y la buscaría más tarde, se despidió de ella y se fue.

Desde ese día algo cambió, Javier empezó a perder el interés por su carrera, se ausentaba de clases, para irse al estadio del campus a fumar o conversar con amigos de otras carreras, dejó de acompañar a Carla a las visitas semanales al hospital que solían hacer para ver a los niños de la sección de pediatría. A veces se quedaba en casa mirando la televisión o durmiendo, parecía que nada lo motivaba a seguir estudiando y en la universidad los docentes empezaron a desconocerlo, por sus constantes ausencias reprobó casi todos los cursos, subió de peso y su padre se negó a seguir apoyándolo con las mensualidades. Cuando se dio cuenta de que Carla ya no lo buscaba, apenas hablaban y ella iba adelantándose en los cursos y pensando en nuevas especializaciones se dio cuenta de que era el final de su relación. A Carla le preocupaba el aspecto de Javier y su desánimo, le aconsejó que buscara ayuda profesional, que viaje o realice actividades que le ayuden a recuperar eso que llaman ritmo de vida, hasta que, cansada de los vanos esfuerzos le dijo que la relación que tenían no tenía razón de ser, que estar con una persona que la agobiaba, la limitaba y no la dejaba realizarse era como tener una piedra en el zapato y que lo mejor para ambos era distanciarse. Si algo faltaba para que Javier terminara por desmoronarse, era eso, desde esa ocasión dejó definitivamente la universidad y pensó que otros oficios y otras expectativas eran más alcanzables, que su nuevo propósito en la vida iba a ser evitar morirse de hambre.

Luego de visitar dos veces cada sala del museo para hacer pasar el tiempo, Javier regresó a la calle, el sol regaba una luz tenue por la ciudad y no faltaba mucho para que empiece a anochecer, aún preocupado por la urgencia de encontrar algún empleo Javier tomó la linea 46 para dirigirse al distrito costero de Barrerita, al bajarse se dirigió caminando a la playa El Carmelo, lugar a donde miles de bañistas solían ir en la época de verano y en donde solían acampar grupos de jóvenes o parejas en las temporadas invernales, al llegar se sentó en la playa estuvo unas horas escuchando el mar, pensando en su porvenir hasta que cerca de las 8 de la noche vio a una figura que venía del otro lado del muelle, por su movimiento se trataba de un varón, alto y delgado, en pocos minutos el hombre estaba muy cerca de Javier y a él le sorprendió que esta persona estuviera vestida de forma elegante, con terno, llevaba un maletín y en la mano una botella de whisky.

—¡Javier, hermano! ¿Qué haces aquí? —dijo el hombre.

—Perdón. ¿Cómo es que sabe mi nombre?

—Y cómo no iba a saberlo, si eres mi amigo.

—Lo siento, pero no te conozco.

—¿Cómo que no huevón? Soy Alfredo, de la secundaria.

—¿Alfredo Becerra? ¿El enano del salón?

—El mismo —Alfredo soltó una sonora carcajada— Solo que ahora ya no soy enano, me estiré luego de entrar al ejercito al terminar la secundaria. ¿Qué haces aquí?

—¡Alfredo, puta mare, de tiempo! —Javier se puso de pié y abrazó a su amigo—. Vine un rato a pensar, pasar el tiempo, la verdad no estoy pasando por un buen momento.

Ambos se sentaron en la arena y prosiguieron con la plática.

—Javier ¿Qué ha sido de tu vida? Tantos años, conchasumadre, años que no veía a nadie de la promo.

—Ahí pues, sobreviviendo, me echaron del trabajo hace unos meses. Ahora tengo a mi viejo algo mayor y debo conseguir algo rápido, tuve una discusión con mi hermana y salí un rato a caminar —Javier examinó el aspecto de su amigo—. ¿Y tú? ¿Cómo estás?

—Bien, trabajo en una empresa importadora de autos, hoy tuvimos una reunión por el cumpleaños de un compañero y nos sobró esta botella de whisky, todos se largaron, entonces me dije, iré a casa un rato y luego a la playa a terminar de beber. Que sorpresa haberte encontrado.

—Eso —respondió Javier—. Ya me parecía extraño ver a alguien caminando vestido así a esta hora por la playa.

Se entretuvieron tomando y recordando las épocas del colegio, a los docentes, los castigos que recibían por llegar tarde o no hacer alguna tarea o las interminables vueltas al campo de fútbol en el curso de educación física.

—¿Recuerdas cuando a Ramírez le sacó la mierda un chibolo de 5to grado en 3ro? —Preguntaba riendo Alfredo.

—O la vez que nos castigaron por evadirnos para ir a los bares de La Colmena —respondía Javier.

—Puta madre, casi nos expulsan esa vez.

Las horas pasaron y Javier se dio cuenta de que se había hecho tarde, que ya no encontraría combi para ir a su casa. Estaba ya algo ebrio, le comunicó su preocupación a Alfredo y este le dijo que tenía unas cervezas en su casa, que podría pasar la noche allí e irse temprano a su casa, Javier aceptó la idea y fueron al domicilio de Alfredo que se encontraba a media hora de camino desde la playa. Ya en casa de Alfredo tomaron las cervezas y continuaron conversando, de su vida luego del colegio, las mujeres que habían ido conociendo, sus empleos y diferentes anécdotas, también hablaron sobre sus compañeros de colegio, lo poco que sabían de ellos y las aspiraciones que tenían en la época escolar. Al terminar el trago ambos se durmieron en los muebles de la sala tapados por frazadas que Alfredo sacó de su cama, al amanecer Javier perdió la vergüenza y le pidió a Alfredo que le prestara diez pesos que le hacían falta para ir a comer un caldo para afrontar la resaca e ir a su casa a descansar, Alfredo le prestó el dinero y Javier salió, ambos intercambiaron números telefónicos y quedaron en encontrarse en otra ocasión.

Luego de comer un caldo de cordero en el mercado y tomar la combi hacia su barrio, Javier llegó a su casa, eran ya las 9 de la mañana, abrió la puerta y llamó a su padre, avisándole que ya había llegado, al no recibir respuesta empezó a buscarlo por toda la casa, pero no lo encontró, pensó que seguramente había salido a trabajar o a ver a sus amigos como solía hacerlo algunas veces, no le dio importancia al asunto y subió a su cuarto a dormir. Al mediodía el sonido del timbre del teléfono de la casa lo despertó y fue a contestar. Era Elena, su hermana, esta le dijo que había llamado el día anterior en la noche y que su padre le contó que Javier no estaba, a la mañana siguiente volvió a llamar, pero nadie atendió al teléfono, insistió un par de veces, pero luego desistió creyendo que su padre aún dormía o había salido y que Javier no llegaba aún de la calle. Javier le dijo que no se preocupará y que seguramente su padre estaba por llegar. Se despidieron y Javier regresó a su habitación, encendió la radio y se acostó a descansar. A las tres de la tarde el locutor de radio interrumpía la programación para dar a conocer una noticia de último minuto.

—Nos acaban de informar que ha ocurrido un suicidio en la estación de tren La Esperanza, un hombre de aproximadamente setenta años acaba de arrojarse a las vías del tren, según los documentos encontrados entre sus pertenencias el occiso respondía al nombre de Jorge Mendoza

Pancorbo, sus restos permanecen a la espera de las autoridades pertinentes para proceder al levantamiento del cadáver, exhortamos a los conocidos de esta persona a que puedan dar aviso a sus familiares. Lamentamos —proseguía el locutor— la falta de un presupuesto por parte del estado para atender a la salud mental de las personas. Seguiremos informando.

Al escuchar el nombre de su padre en la radio Javier se levantó de la cama, se puso la primera casaca que pudo encontrar cerca y salió a la calle. Una vez que estaba afuera el teléfono de su casa empezó a sonar.

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